Leo a Artemi Rallo, director de la agencia española de protección de datos, en El Correo: «Hay que pensárselo dos veces antes de abrir ciertas webs». Lo dice después de constatar que «Si un ciudadano supiese que Google guarda los datos concretos de una búsqueda durante 18 meses, cada vez que decidiera abrir algunas páginas se lo pensaría dos veces«.
Rallo lleva el ejemplo a lo concreto: Piensa en el ciudadano que abre una página pornográfica, «pero puede pasar igual con una página sobre bebidas alcohólicas para una persona que no quiere que se sepa que es aficionado al licor«.
Leyendo el artículo empiezo a pensar… Vivo en un barrio normal y corriente. Ni conflictivo ni lleno de gente adinerada. Entre mi casa y el polideportivo hay 500 metros aproximadamente y detecto en una pensada rápida tres cámaras de videovigilancia.
También sé que cada vez que me alojo en un hotel (el miércoles próximo dormiré en uno), me exigen el carné de identidad, porque después dejarán constancia en comisaría de mi presencia en la ciudad…
Las operaciones con mi tarjeta de crédito, mis llamadas por móvil….
En definitiva, la tecnología hace que estemos absolutamente controlados. Que las autoridades puedan saber exactamente cuáles han sido nuestros movimientos: cuánto dinero tengo o gasto, dónde he estado, por dónde he pasado, cuantos largos he hecho en mi piscina -es decir, mi estado de salud-, qué páginas web visito -es decir, mis gustos, hobbys, prefernecias-, quienes son mis amigos -porque hablo con ellos por teléfono-, cómo es la relación con mis padres -si les llamo o no, cuántas veces, si les mando e-mails, etc.
Mejor no pensar ¿verdad? «En la práctica se banaliza el riesgo, hay una inconsciencia, por ignorancia en gran medida y por comodidad. Creemos que da igual hasta que se constata que hay un peligro», concluye Artemi Rallo.