El pasado domingo, mi hija de cinco años me acompañó a un funeral. A los cinco minutos se puso a llorar. «Aita, ¿es verdad que todos tenemos un espíritu dentro?«, me preguntó. Parece un chiste. No lo es. Realmente, la afirmación del cura le dio miedo.
¿Cómo le explico que es el espíritu de Jesús, y que no es nada a lo que haya que temer?
Su pregunta me hizo pensar en lo importante que es mandar un mensaje que el destinatario entienda, sin ambigüedades. Y en pensar en el destinatario. Conocerle, saber su nivel de conocimiento previo, su capacidad para entender lo que le estás contando y las ganas que pueda tener de escucharnos.
Todos estos son factores importantísimos a la hora de definir un mensaje, una campaña. A la hora de decidir qué contenido compartimos y cuándo lo hacemos. Cual es el tono y la profundidad necesaria. Y, por supuesto, por saber qué elementos acompañarán a nuestro mensaje (o dónde lo publicamos).
¿Nos preocupamos de ello en cada mensaje que lanzamos?
Evidentemente, en el caso que he expuesto al principio, este tema no aplica. El emisor del mensaje (cura) estaba utilizando el tono y el mensaje adecuado para el público (feligreses). Quien estaba fuera de sitio era el receptor del mensaje (mi peque) que lógicamente no entendía un mensaje que no iba destinado a ella. Pero sí es un ejemplo que me sirve para pensar en ciertas cosas.
Hoy por la tarde visualizaba un vídeo que he visto en el diario El Correo. Mostraba a una británica borracha que viajaba en un avión y se puso a darse de tortas con una amiga que iba a ser su madrina en la boda. Ambas iban a Barcelona de despedida de soltera.
Sobreimpresionado en el vídeo, un anuncio de Kutxabank. ¿De verdad que a una de las entidades financieras más relevantes del momento le interesa anunciarse en un vídeo de inglesas borrachas que se pegan en un avión?